
Hoy regalé mi sangre
a otra sangre que escapaba. Púrpura desconocida,
¡que precioso plasma!
fuente de naciente fuerza,
hermana de otras sangres,
realidad viviente;
con sus ilusiones con el delirio mío.
El hambre de los días quiso devorar la niña,
como el viento, sin ser visto.
El hilo dorado de sus dedos
pequeños, tiernos como rama
se crisparon inocentes.
No lograron detener su propia sangre.
Huía, veloz
como río caudaloso.
Navegaba la esperanza,
jugueteaba en su cascada, la vida...
Leonardo Silva (San Bernardo)
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