
Señor de los veleros celestes,
llevadme a los confines, a las travesías,
por los tubos polifónicos,
donde no puedan saquear mis huertos,
y un cometa enterrado
nos de una limosna de claridad.
Llevadme señor, con tu aliento
a las esquinas puras,
al minuto donde el murmullo de palomas
ahuyente la injusta causa,
donde los clarines y los coros
atormenten el acto egoísta.
Sacadme de la profundidad nocturna,
de la modulación triste.
Recibe mi insomnio cansado,
lleva mi esperanza perdida
a la comunidad halada.
Allí calmare la tempestad del alma,
y mientras el divino bañe mi ser,
el barco de los sueños esperará
para volver con la saciedad y el perdón.
Leonardo Silva (San Bernardo)